domingo, 24 de agosto de 2025

Cantabria, del 3 al 13 de julio de 2025

No es la primera vez que visitamos Cantabria. Si los cálculos no me fallan -no hay que hacer muchas cuentas- es la tercera. Pero esta ocasión tiene algo de particular: vamos de balneario, con los viajes del IMSERSO que ya Tere puede pedir. No es que me hiciera mucha ilusión pasar de estar trabajando con mayores todo el año a seguir con mayores en las vacaciones: uno ya se va haciendo viejo y eso de estar viendo continuamente el futuro próximo no infunde precisamente ánimos. Pero era cuestión de probar.
La idea, aprovechar las aguas -unos baños en aguas termales siempre vienen bien-, el alojamiento y las comidas -desayuno y cena- y dedicar el resto del tiempo a conocer lugares de la provincia mochila al hombro, saltándonos la comida del mediodía, que también estaba incluida.
Para ello, era imprescindible llegar pronto al balneario, hacer los trámites pertinentes y coger una hora temprana de baños, por lo que nos fuimos un día antes e hicimos noche en un estupendo hotel en Quintanilla de las Torres, un pequeño pueblo cercano a Aguilar de Campoo y a solo 45 minutos del balneario por la autovía A-67. Por cierto, tuvimos que volver al día siguiente al hotel, pero esa es otra historia.

Jueves, 3 de julio

1. Aguilar de Campoo

Al hotel llegamos sobre las seis de la tarde, así que decidimos irnos a Aguilar para dar una vuelta y conocer esta pequeña ciudad del norte de Palencia conocida como "la ciudad de las galletas".
Y es que en esta localidad de la montaña palentina llegaron a coincidir durante parte del S.XX cinco fábricas de galletas, dos de ellas muy conocidas, Fontaneda y Gullón. 
Diversas circunstancias -crisis económica, cambio de hábitos alimentarios, vicisitudes empresariales...-han hecho que hoy en día, de esas cinco empresas, solo quede Gullón con su antiguo nombre pero trasladada a unas inmensas instalaciones en el polígono industrial. Fontaneda terminó comprada por una empresa británica que, a principios del s. XXI, decidió cerrar sus instalaciones en el pueblo. En esos momentos, movilización popular incluida, la empresa Siro decidió comprar la fábrica -no la marca- y seguir con la fabricación de galletas y pastas. Hoy en día, son las dos empresas que mantienen la tradición galletera de esta localidad.
Pero Aguilar de Campoo es también historia y monumentos, con su castillo, sus iglesias románicas, sus murallas y puertas, y naturaleza: el Embalse de Aguilar o las cercanas Tuerces, por poner algunos ejemplos.

Iglesia de Santa Cecilia, del siglo XII, un excelente edificio románico en el que destacan sobre todos sus capiteles decorados con escenas bíblicas y de caza

Interior del Castillo, cuyos orígenes se remontan al siglo XI, en plena Reconquista.

Hoy en día, en su interior apenas quedan varios paredes y las plantas de las distintas dependencias que tuvo. En el exterior, aún se conserva parte del muro, sobre todo la que mira hacia el pueblo.

Linaria

Colegiata de San Miguel, en un extremo de la Plaza de España, también de estilo románico y en la que destaca su torre y un precioso retablo renacentista en su interior.

Casas en la porticada Plaza de España

El río Pisuerga a su paso por la localidad. 

Este río, que siempre asociamos con Valladolid, nace en la montaña palentina, en la fría Cueva del Cobre, y es uno de los principales afluentes del Duero.
Este año se notaba en su caudal las abundantes lluvias y nieves del invierno y la primavera. 

Un paseo junto al río

que nos lleva entre altos álamos y otros árboles de ribera

hasta las cercanías del Embalse de Aguilar de Campoo

Digitalis parviflora, endemismo de la Cordillera Cantábrica

El castillo y la Iglesia de Sta. Cecilia al anochecer



Mapa de Cantabria 

Viernes, 4 de julio

Después de disfrutar del desayuno en el hotel de Quintanilla de las Torres, partimos -sin saber que volveríamos en un par de horas- hacia el Balneario de Caldas de Besaya. Allí, tempranito, hacemos todos los trámites (inscripción, visita al médico, reservamos hora para los baños ¡7:30! ¡de la cama a la bañera!...), descargamos maletas y ocupamos la habitación 216. Y mi móvil no aparece... No está en el bolso ni en el coche, ni encima de ningún mueble... Se tiene que haber quedado en el hotel. Llamamos. No contestan. Lo intentamos varias veces. Nada. Pues habrá que acercarse de nuevo a Quintanilla.
Al llegar al hotel, todo está cerrado. Es un edificio antiguo rehabilitado, una vieja escuela femenina. La puerta es gruesa, de madera maciza. Tocamos. Nadie contesta. No entendemos nada. Después de diez minutos aparece un hombre joven en la calle que con su llave abre la puerta. Nos acercamos y le preguntamos. Trabaja en el hotel. Le comentamos la situación. Nos dice que esperemos. A los cinco minutos aparece el dueño y gerente, la persona con la que habíamos tratado en nuestra estancia. Nos dice que no ha visto nada al hacer la habitación. Subimos y allí no hay nada. ¿No os lo habréis dejado en otro lado? ¿Habéis llamado? Siempre lo tengo en silencio. Le comento que creo que lo dejé sobre la cama. Las luces se le encienden. Nos acompaña a una habitación donde las sábanas sucias esperan a que venga el encargado de llevarlas a la lavandería. Toca el montón y allí está. Se ha salvado por los pelos. Infinitas gracias.
Y de nuevo en el coche, ¿qué hacemos? Son las doce. Reinosa queda muy cerca y aunque ya conocíamos el nacimiento del Ebro, hacía ya veinte años que lo habíamos visitado y nuestros recuerdos eran difusos, así que hacia allí nos dirigimos.

2. Nacimiento del Ebro

Decían los viejos libros escolares que el Ebro nace en Fontibre, provincia de Santander. Este río, el más caudaloso de España, es un poco caprichoso. Teniendo el mar Cantábrico a menos de 100 kilómetros, decide adentrarse en la Península y circular por ella más de novecientos kilómetros hasta acabar su periplo en el Delta del Ebro, allá en el Mediterráneo.
Junto a álamos, fresnos y otros árboles de ribera, el agua brota bajo las piedras. Una columna con la Virgen del Pilar y el escudo de las once provincias por donde pasa el Ebro marca el lugar del nacimiento oficial del río. Pero este no es su verdadero origen: las aguas que aquí manan proceden del río Híjar cuyo nacedero está en el Pico Tres Mares, en la estación de Esquí de Alto Campoo. Al pasar junto a la cercana localidad de Paracuelles, parte del caudal se filtra y surge un par de kilómetros después en Fontibre con nombre nuevo. El resto sigue su camino hasta Reinosa y allí se vuelve a unir a sus huidizas aguas y pierde para siempre su nombre.

Las tranquilas aguas del nacimiento

Una cascada artificial

Varios senderos recorren los alrededores del nacimiento

En algunos rincones tiene un intenso color azul turquesa

El lugar oficial del nacimiento, con la columna de la Virgen del Pilar

Sambucus ebulus - Sauquillo, yezgo, planta que se ha utilizado como medicinal pero cuyos frutos son muy tóxicos.

Anacamptis pyramidalis

Tras la visita al nacimiento del Ebro, decidimos volver al balneario a comer y hacer algo después por la tarde.

2 A. El Balneario de Caldas de Besaya


El balneario se encuentra junto al río Besaya y a la población de Los Corrales de Buelna. 
La construcción del edificio data de principios del s. XIX y aún hoy en día mantiene ese aire decimonónico del que hace gala en su página web. Traspasar sus puertas es como entrar en la máquina del tiempo. Subir sus escaleras es bajar peldaños en un eje cronológico. 
Sus aguas mineromedicinales beneficiosas para múltiples afecciones se siguen disfrutando en bañeras individuales. ¡Todo un lujo!

 
La bañera individual con su correspondiente manguera

Al lado del balneario y perteneciente a sus instalaciones, un jardín de centenarias plataneras de invierno junto al río Besaya.

Además de plataneras, otros muchos árboles y plantas traídos de diversos lugares del mundo.


Y un día, al salir para coger el coche, un enorme ciervo volante -Lucanus cervus- el mayor escarabajo europeo, cada vez más escaso debido a los incendios, al desconocimiento de las personas que lo creen peligroso y lo pisan y, sobre todo, a un hongo parásito que lo infecta y mata. 
En Cantabria lo llaman "demonio" y era costumbre cogerlos, amarrarlos con un hilo y hacerlos volar en círculo mientras emiten un potente ruido al mover los élitros.
Este animal se encuentra protegido por la legislación en toda Europa y los más pesimistas estiman que habrá desaparecido antes de que el siglo termine. Esperemos que no.
Este al menos, en aquel momento, se salvó, pues andaba por la acera del balneario y lo cogí para echarlo en los jardines, entre las plantas.

3. Liencres - Costa Quebrada

Aprovechamos la tarde para acercarnos a Liencres, a apenas media hora de coche de Las Caldas, pero no para adentrarnos en sus dunas, declaradas Parque Natural, que ya la conocíamos, sino para recorrer su no menos espectacular "Costa Quebrada", incluida en la Red Mundial de Geoparques  de la UNESCO.

La Costa Quebrada se extiende desde Santander hasta las dunas de Liencres. Un sendero que entra y sale, que sortea casas y urbanizaciones, praderas al borde del mar y acantilados, que baja a playas asombrosas o las deja a un lado, imposibles por tierra, y que nos permite a lo largo de 20 km disfrutar de este paisaje.
Quizás el tramo más espectacular sea el que se sitúa alrededor de La Arnía, que fue el que recorrimos, pero seguro que el resto esconde rincones que merece la pena visitar.

Acantilados en el Portío

Desde la Playa de Cerrías, cogemos el sendero hacia la izquierda

hasta llegar a la Playa de Somocuevas

donde nos damos la vuelta para seguir en la otra dirección

Erica vagans - Brezo

Playa de Cerrías

Flysch entre las playas de Cerrías y El Portío


Los flysch son formaciones rocosas en bandas en las que se alternan capas de roca dura con otras más blandas y, por tanto, más erosionables, por lo que va quedando una estructura de líneas muy marcadas y características.

Cruzando un arroyo que corta la piedra al desembocar

Una curiosa formación

Playa del Portío

Urros Mayor y Menor

El "urro" llamado Canto del Diablo o Manzano

También se le conoce como "la Puerta del Cantábrico"


Caminando por el sendero que une la Playa del Portío con la de Arnía

Los Urros de Liencres

En Cantabria los "urros" son pequeños islotes calizos que al ser de una roca más dura, han sido menos erosionados. Se encuentran paralelos a la costa y con la marea alta quedan aislados.

Si el anterior era la puerta, ¿este será la ventana?

Playa de la Arnía. Al fondo, la Playa de los Covachos, con su tómbolo desaparecido bajo la marea alta

Curioseando entre las rocas al borde del mar

Uno de los urros de Liencres visto desde abajo

Los urros y la erosión tipo flysch dejan una serie de "piscinas" que la gente aprovecha para nadar, pescar y bucear y en las que la vida marina de las zonas intermareales bulle: cangrejos, erizos, pulpos, pececillos diversos...

Desde arriba, se ven claramente las líneas de erosión del flysch. En esta zona, el sendero que iba por el borde del acantilado se ha venido abajo y hay que salirse por detrás de unas casas para continuar.

Limonium

Lythrum salicaria - Salicaria

Este macizo de hortensias en el jardín de una casa de la urbanización de Cerrías está de premio


Sábado, 5 de julio

Hoy es nuestro primer baño y puntuales ¡a las siete y media! ya estábamos sumergidos en el agua, a unos 37º, perfecta. Tras un cuarto de hora, más o menos, llega una persona que, con una manguera con agua a presión, te va dando chorros por todas las articulaciones... delante, atrás, de lado. Después sauna, ducha de chorros, maniluvio, pediluvio, paseíllo en albornoz por los pasillos y a la habitación a vestirse. Desayuno sobre las ocho y media y a preparar las mochilas para la salida. ¿Adónde vamos hoy? No sé. Miro el tiempo. Aun lo pienso.
Y así ocho días más.

4. Oriñón - Alto Candina

Tiempo soleado. Hay que aprovechar para ir a los Collados del Asón pues es un lugar donde las nieblas son muy frecuentes y hoy parece que no hay ni habrá nubes en el horizonte.
Cogemos dirección este y allí nos encaminamos. Pasa un tiempo y dos y tres y la salida no aparece... ¿Castro Urdiales? Nos hemos pasado y mucho. ¿Vuelta atrás o cambio de planes? Oriñón. Cambio de planes.

Nos dirigimos a la Playa de Oriñón para hacer desde allí una circular y subir al monte Candina, una atalaya caliza sobre el mar. 
Es fin de semana y los aparcamientos están escasos. Encontramos un hueco y aparcamos. Nos preparamos y buscamos un sitio para comprar pan, bebidas frescas y algo de fruta. Los supermercados escasean y la cartera de Tere no aparece. ¿Se habrá quedado en el hotel como mi teléfono? Encontramos una tiendecilla pequeña y parece que aceptan el pago con el móvil. Problema solucionado.
Con las mochilas preparadas cogemos la carreterilla que lleva a la playa, un kilómetro y medio que esperábamos tranquilo pero que no fue así. Bajaban muchos coches e iban a velocidades de autovía. En otra época puede ser tranquila, pero en verano no la recomiendo.
Llegamos a una pequeña área recreativa con aparcamiento y, desde allí -panel informativo incluido- sale el sendero. Vuelve la calma.

Un sendero estrecho sube entre túneles de vegetación

hasta llegar a un collado con vistas a la Hoya de Tueros

La Hoya de Tueros desde la subida

Este monte calizo está lleno de dolinas, depresiones kársticas de forma circular formadas por disolución de la roca formando cavidades subterráneas cuyos techos terminan por hundirse.
Estas están cubiertas por un espeso bosque húmedo pero otras de la parte superior del monte están desnudas pues han sido utilizadas para explotaciones mineras de hierro


El sendero baja a la dolina y vuelve a subir

hasta alcanzar una solitaria y enorme encina

que nos regala su sombra y un descanso

La parte arbolada va quedando abajo

mientras los buitres nos vigilan desde arriba

Este espolón rocoso alberga la única colonia estable de buitres leonados de Europa que anidan junto al mar, y es muy fácil verlos, volando o encaramados en los riscos a la espera de que los vientos sean favorables. 

Cruzamos la Llana Tueros y enlazamos con un antiguo camino minero, con sus construcciones abandonadas y ruinosas

hasta llegar a un collado con vistas a la Hoya Negra, un lugar despoblado de vegetación y lleno de agujeros de antiguas explotaciones mineras. Y a la derecha, en esos riscos sobre el mar, los Ojos del Diablo o Arcos de Llanegro

El "ojo" más grande, con vistas al Cabo Cebollero, más conocido como la "Ballena de Sonabia"

Playa de Sonabia y Cabo Cebollero

El ojo grande visto desde abajo

y desde un lateral bajo el ojo pequeño

La playa parece que está ahí mismo

y para este que la sobrevuela, lo está. Nosotros tenemos un acantilado vertical de unos cientos de metros que nos separa de ella

Vincetoxicum hirundinaria - Matatósigo, una planta venenosa que ha sido utilizada como diurética, cosa nada recomendable pues tiene efectos graves sobre el sistema nervioso.

Vistas de pueblo de Sonabia y de la costa de Castro Urdiales

El Ojo del Diablo pequeño

Desde los Ojos del Diablo tenemos varias opciones: volver por el mismo sitio, subir al  Salpico y Alto Candina  (ambos picos rondan los 500 metros de altitud) o volver por un senderillo muy pendiente que rodea los acantilados por la cara norte, para llegar a Sonabia y, desde aquí, a Oriñón.
Nos decidimos por esta última...

y para abajo

con unas vistas increíbles -parando para mirar-

pues el camino no da tregua y no hay que quitar los ojos del suelo

Vistas hacia Santoña y el Monte Buciero

¿Sorteando piedras? Imposible... ¡qué me gusta!

Una atalaya sobre el mar

El senderillo

va bordeando los acantilados para acercarnos cada vez más a la playa

Campanula...

Vamos cambiando las piedras 

por la tierra

y los helechos

Parada para seguir calentando la máquina

Casi al final, la tierra se convierte en arena en la Playa de Sonabia.

Como íbamos con tiempo, parada en la playa: unos para disfrutar de las agradables y algo movidas aguas del Cantábrico y otros para descansar bajo las agujas rocosas que puntean los laterales de este precioso arenal donde poco o nada más se necesita. 

De Sonabia a Oriñón, un tramo de bosque, cruzar el pueblo

y andar por un sendero pegado a la carreterilla que une ambas playas.
La playa de Oriñón se extiende por una ría formada a la salida del Río Agüera, que con marea baja deja un arenal inmenso.

Al llegar al coche, búsqueda infructuosa por todos sus recovecos por si la cartera se había caído por algún sitio. Ni rastro.

5. Liérganes

Como las tardes son largas y teníamos tiempo aún hasta la hora de la cena, de camino al balneario nos desviamos unos cinco kilómetros desde la autovía para visitar el pueblo de Liérganes, el de la famosa leyenda del hombre-pez.


Liérganes es un pueblo perteneciente a los Valles Pasiegos, asentado en las orillas del río Miera, y que fue declarado conjunto Histórico-Artístico a mediados del s. XX por poseer un casco antiguo pequeño pero muy bien cuidado, repleto de casonas nobiliarias de los siglos XVII y XVIII.
También destaca en él los restos de lo que fue la primera fundición de hierro de España destinada a la fabricación de piezas de artillería, y junto al río, un viejo molino y un puente de piedra muy bien conservado.

Llaman la atención los balcones de las viejas casonas

repletos de flores

y hortensias en flor por todos lados

Parte de las instalaciones del viejo molino

Estatua del hombre-pez junto al río Miera

Cuenta la leyenda que allá por el  S.XVII, Francisco de la Vega, un muchacho pelirrojo nacido en Liérganes pasaba los días nadando y buceando en las aguas del río Miera. Con catorce años, su madre lo manda a Bilbao a trabajar, y allí, en 1674, festejando la noche de San Juan con los amigos, se mete en las aguas de la ría y desaparece, por lo que al cabo de varios días sin encontrarlo, terminan dándolo por muerto. 
Cinco años más tarde, unos pescadores de la Bahía de Cádiz atrapan en sus redes lo que parece ser un hombre con la piel resquebrajada y escamosa. Lo llevan a tierra pero lo único que consiguen que diga tras varios días es la palabra “Liérganes”. Un fraile que por allí andaba, oriundo de Cantabria, asocia la palabra con el nombre del pueblo pasiego y con la historia del muchacho desaparecido, tras lo cual lo llevan de vuelta a casa con su familia.
Allí permanece durante diez años, solitario, triste, con la cabeza perdida, hasta que un día, de nuevo, desaparece en las aguas del río Miera para no volver a saberse de él nunca más.

El Puente Mayor, construido a finales del s. XVI. Sobre él asoman, las famosas "Tetas de Liérganes", dos cerros calizos visibles desde buena parte de la localidad.

Al llegar al balneario, búsqueda infructuosa por todos los recovecos de la habitación por si la cartera se había quedado en algún cajón o bolsillo. Ni rastro.
Por si acaso, con la aplicación, bloqueamos las tarjetas temporalmente. No sabemos por dónde pueden andar, si van solas o acompañadas.


Domingo, 6 de julio

Tras los baños y el desayuno, volvemos a la habitación para preparar las mochilas para la salida de hoy y ¡sorpresa! En un doble fondo, agazapada, se escondía la cartera. Ya lo dice el refrán: "Lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones".
Desbloqueo de las tarjetas y para el coche, que hoy la ruta es larga -unos veinte kilómetros- y llegar a Bárcena Mayor supone, al menos, tres cuartos de hora de carretera.

6. Bárcena Mayor - Pozo de la Arbencia

A Bárcena Mayor no se puede entrar con el coche, a no ser que seas residente o tengas alquilado algo allí, pero a la entrada del pueblo tienen un aparcamiento enorme que, por 2€, te permite permanecer en él todo el día.
Aparcado el coche y con las mochilas al hombro, iniciamos nuestra ruta callejeando entre las casas de esta localidad, la única habitada dentro del Parque Natural Saja-Besaya. 
Declarada conjunto histórico-artístico, se la considera uno de los mejores ejemplos de arquitectura popular de Cantabria, en pleno Valle de Cabuérniga. 
Todo el núcleo es peatonal y la mayoría de las casas mantienen la estructura típica de la zona, donde se mezcla el uso de la madera y la piedra, con amplias balconadas repletas de flores.

Callejeando sin rumbo fijo

por las todavía tranquilas calles del pueblo

Salimos del pueblo por un carril, antiguo camino carretero hacia el Puerto de la Palombera, que une este valle con las parameras de Reinosa.
Así describe José Mª Pereda, en su novela "Peñas Arriba" la bajada de Marcelo, joven abogado madrileño, desde el puerto hacia el fondo del valle, en su regreso a las tierras de sus padres, acompañado por un lugareño, Chisco, allá por el siglo XIX:

"Más de una hora tardamos en atravesar el Puerto, que mide, por aquella línea, cerca de dos leguas. Al fin de esta jornada fastidiosa, nueva sorpresa para mí, nuevo espectáculo, nuevas ideas y nuevas impresiones. Un despeñadero al frente, otro a la derecha, otro a la izquierda... ¿Por cuál de ellos tomaría Chisco...? Por el peor, por el primero, por el único que, aunque mala, tenía salida visible. Esta salida era la resultante de algo así como desmoronamiento de una colosal muralla construida por titanes para escalar nuevamente el cielo. Por uno de los intersticios de aquella escombrera de montes dislocados, musgosos unos y a medio revestir de avellanales, árgomas y acebuches otros, alguno de ellos bien poblado de hayas robustas o de esbeltos «mostajos» (el árbol de sabroso y encarnado fruto), con grandes manchas rojizas en la falda, impresas por los secos helechales, y todos con parte de sus esqueletos de roca asomando por los desgarrones de sus vestiduras, iba el camino que conducía al término de mi empecatada expedición. Mas para llegar a él teníamos que bajar una pendiente que daba vértigo. Por allí se deslizaba la vereda, de lastras resbaladizas lo más de ella, en ziszás, entre jarales y arbustos algunas veces; muchas al descubierto sobre la barranca, en cuyo fondo, entenebrecido por las malezas de ambas orillas, refunfuñaban las aguas de los regatos vagabundos encauzadas allí para ir a engrosar por caprichosos derroteros el caudal del río que se despeñaba a nuestra izquierda y al otro lado del Puerto."

En el camino, muchas flores -Centaurea...-

Daboecia cantabrica

y la sombra continua de avellanos, hayas y robles

Río Argoza

El camino va prácticamente llano, pegado al río,

hasta que en una curva, se va inclinando

y alejando del río

Lo que no abandona es la sombra

y los espesos bosques de hayas

y robles

Lilium pirenaicum - Lirio de los Pirineos

Llegamos junto al río Fuentes

donde parece nos han preparado la mesa, así que la aprovechamos y plantamos aquí nuestro restaurante ¿qué mejor sitio?

Después de una exploración en solitario, buscando el sendero que baja a las cascadas, vuelvo a subir y a bajar de nuevo con Tere. 
En sendero, muy perdido, hay que buscarlo cruzando el río Fuentes un poco más abajo de esa rústica mesa improvisada. 

Por la orilla derecha, baja hasta esta primera cascada, con su poza, en el río Hormigas

Hay que seguir río abajo y a escasos metros, se une este río con el de las Fuentes para formar el Argoza. Si remontamos el Fuentes, en apenas cincuenta metros daremos

con el Pozo de la Arbencia, una umbría cascada rodeada de altas paredes llenas de vegetación y con una enorme y profunda poza a sus pies

Punto donde se unen

los dos ríos

Remontando el Hormigas

para admirar de nuevo su cascada

Un remanso en el río de las Fuentes

Aguileña

Brezo

Senecio

Una piedra junto al camino que más bien parece un banco

Cirsium vulgare - Cardo común

Un tejo singular 

Hierba de San Juan - Hypericum...

Bosque de jóvenes hayas

Aunque sea el mismo camino

es un disfrute pasear relajados a la sombra 

de este bosque sin apenas encontrarnos a nadie en todo el día

Ya junto al río Argoza, nos acercamos a una de sus largas y profundas pozas donde apetecería darse un baño sino fuera por lo frías que están sus aguas y que tampoco hace mucho calor, más bien fresco diría yo.

Llegamos de nuevo a Bárcena Mayor por la calle de la iglesia

donde no me resisto a sacar una foto de este balcón

Pentaglottis sempervirens - Cinco lenguas


Lunes, 7 de julio, San Fermín

No es necesario recordar que a las siete y media estábamos ya en remojo. Misma rutina de días pasados y, ya hechas las mochilas, ¿adónde vamos?
El cielo está cubierto. Ha llovido durante la noche y las previsiones es que lo haga durante todo el día.
Parece que por la costa puede mejorar algo a partir del mediodía y que las cantidades de precipitación que por allí ponen no son muchas. Así que... dirección Santoña, que Tere tiene muchas ganas de bajar al Faro del Caballo.
En 2005, con las niñas pequeñas, bajé y subí yo solo. Hoy, si el tiempo no lo impide, parece que lo haré acompañado... si no se echa para atrás cuando vea las escaleras.

7. Santoña - Monte Buciero - Faro del Caballo

Sobre las once, más o menos, logramos encontrar aparcamiento en el paseo marítimo de Santoña, a la sombra... de las nubes. Llueve.

¿Quién dijo miedo al agua? Impermeables, paraguas, cubremochilas y al camino

Pasamos por la puerta del Fuerte de San Martín, uno de los cuatro fuertes que podemos encontrar en Santoña.
Este fue construido en el s. XVII con la intención de defender el estrecho canal de entrada a la bahía. Actualmente está rehabilitado y en él se encuentra una escuela-taller gestionada por el ayuntamiento.

Ya en el inicio del camino que rodea el Monte Buciero y que nos lleva al Faro del Caballo, nos encontramos un cartel donde pone que a partir del día 5 de julio es necesario solicitar permiso al ayuntamiento para bajar al faro debido a las aglomeraciones que últimamente se están produciendo.
Momento de dudas... llueve, no hay nadie -¿quién va a bajar hoy con este tiempo? ¿y si hay algún guarda?- Cobertura hay. Buscamos la página de internet donde hacer la reserva. Después de un ratillo, logramos dar con ella. Es gratuito. Apunta nombre, fecha de nacimiento, dni, dirección... valida y vuelve a empezar... somos dos. El ratillo se hace rato, pero al final lo conseguimos y nos llega un correo con la reserva. 
Al menos, este tiempo ha servido para que deje de llover.

Volvemos a tomar el camino entre encinas y laureles

Puedes cerrar el paraguas que ya no llueve

Poco a poco va subiendo, rodeados en todo momento por un espeso bosque

En un determinado momento, las vistas se abren hacia los altos acantilados que terminan en el mar. Por allí, más o menos, baja el sendero.

De nuevo en la espesura

con un verde lujurioso que la lluvia le ha dado al musgo que recubre troncos y ramas

Junto a una pared acantilada

Túnel de laureles

Si a alguien en Santoña le falta laurel para las comidas es para matarlo

Llegados a un punto, el camino se desvía (hay señalización)

y coge decididamente hacia abajo

Justo al fondo de ese pasillo arbóreo, una caseta y una simpática muchacha que nos pide los permisos ¡menos mal que los sacamos!
Y comienza la aventura de la bajada: 763 escalones hasta el Faro del Caballo y 111 más si se quiere llegar al borde del agua.
La aventura de subirlos será otra historia.

Comienza la bajada con un poquito... un mucho de miedo

los inclinados, altos, estrechos y húmedos escalones

con la vista del mar enfrente

se bajan como si anduviera con la rodilla lesionada

y eso que un cable, que en 2005 no existía, ayuda en la bajada

Tranquilidad... disfruta de las vistas... y la mente hace clic, coge confianza

y baja el resto

hasta el faro como si de las escaleras mecánicas del Corte Inglés se tratasen

No sé si fueron los 111 de más pero al 110 llegamos
Otros más valientes -no es el caso- se lanzan al agua y suben por una cuerda anclada a la roca, eso si el mar está en calma, pues si anda bravío -lo que es normal la mayor parte de los días- no hay quien suba

Los acantilados desde el faro

Y toca subir

todo lo que se ha bajado

y declarar: mejor la subida que la bajada, y aunque parezca imposible, mucho más rápida

Volvemos al camino que rodea el Monte Buciero

que progresivamente se convierte

en una estrecha vereda entre la vegetación selvática del lugar

con alguna que otra bajada pendientilla a la que no le falta una cuerda de ayuda

Llegamos al Faro del Pescador

con los acantilados que se prolongan hasta la Punta del Águila

Desde el Faro del Pescador una umbría y estrecha carretera sin tráfico

nos conecta con la Playa de Berria, su cementerio marítimo y el Penal del Dueso, famoso porque en él estuvo preso hasta su muerte Rafi Escobedo, condenado por la muerte de sus suegros, los marqueses de Urquijo, un crimen que acaparó portadas y horas de televisión en el verano de 1980

La playa de Berria en realidad es un tómbolo que unía la tierra firme con el Monte Buciero, una isla costera de la que Napoleón quiso hacer un fortín, para lo que construyó o reforzó cuatro fuertes en todo su perímetro: el de San Martín, el de San Carlos, el del Mazo y el Imperial, este en las actuales instalaciones de la cárcel.

También se construyeron otras instalaciones de las que podemos ver sus ruinas, como estas del Polvorín del Dueso

Desde aquí, el camino vuelve a internarse en el monte dirección El Mazo o Fuerte de Napoleón

desde donde podemos ver todas las marismas de Santoña

y una vista panorámica de la ciudad y la bahía, con Laredo y la Playa de la Salvé al frente

Campanula glomerata

Como todo estaba húmedo, no habíamos parado a comer -apenas una fruta y unos frutos secos- por lo que al llegar a Santoña, como no era muy tarde -las tres y media- nos paramos en un bar del paseo en el que servían raciones de pescado y allí pusimos nuestro restaurante del día, este de verdad, con cervecitas frescas incluidas.

Al volver hacia Las Caldas, decidimos acercarnos hasta Cabezón de la Sal para visitar el famoso y conocido -en la era de Internet todo lo es- Bosque de Secuoyas.
Llegamos al aparcamiento habilitado y todo estaba ocupado, así que nos fuimos a un área recreativa que hay unos quinientos metros más adelante y allí dejamos el coche.
Cruzamos la carretera y por un camino mullido, cubierto de hierba verde y fresca, accedimos al aparcamiento y de este, ya por el sendero oficial, al Bosque de Secuoyas.

8. Bosque de secuoyas en Cabezón de la Sal

Es en los años 40 del s.XX cuando las políticas forestales de la época llevan a sembrar cerca de mil ejemplares de Sequoia sempervirens en una parte del Monte Corona, próximo a la carretera que une Cabezón de la Sal con Comillas. Esos son los árboles que podemos observar en la actualidad.
Cuando nos introducimos en este pequeño bosque -2,5 hectáreas- sorprende su altura, ya que muchos de los árboles superan los cuarenta metros, y el grosor y rectitud de sus troncos, pero en realidad nos encontramos en un bosque muy joven, apenas niño, pues los ejemplares de esta especie pueden vivir más de mil años y llegar hasta los 115 metros de altura.

El primer tramo del sendero está adaptado para personas con movilidad reducida

y en él lo que predominan son las jóvenes hayas

más adelante empiezan a asomar las primeras secuoyas

que en unos cientos de metros se convierten en especie única: la sombra permanente impide que apenas nada crezca bajo sus ramas

El fotógrafo-modelo: pasaba por aquí, ningún teléfono cerca y no lo pude resistir

Mirar a las alturas me nubla la vista

Esta es una modelo consciente

Diferencia de tamaños

La corteza de la secuoya es oscura, esponjosa y muy agrietada

Su madera, de buena calidad, se ha utilizado sobre todo para la construcción y en las traviesas de los ferrocarriles

Una vista al cielo

Este bosque, destinado en principio a la obtención de madera, fue declarado Monumento Natural en 2003.

Se ha salvado de la sierra mecánica pero no de la avalancha turística ¡El sino de los tiempos postpandémicos!

Sorprendentemente, a pesar de la multitud de coches en el aparcamiento, en el bosque, durante todo el rato que hemos estado, el silencio ha sido el rey. La reina, la secuoya.

Tras la visita a este singular bosque, nos vamos a Cabezón de la Sal a comprar algunas provisiones -sobre todo fruta- para los días venideros. Al bajar del coche, en los aparcamientos exteriores de un Mercadona novísimo en las afueras del pueblo, una peste horrorosa lo inunda todo. Menos mal que dentro apenas huele, pero al salir el hedor es insoportable y tenemos que taparnos nariz y boca con lo primero que tenemos a mano. Tere se ha echado colonia en el super y ni aún así hay quien lo soporte. Y lo extraño es que parece que el resto de personas que por allí pululan ni huelen.
(Fuimos al mismo lugar varios días más tarde y el olor había desaparecido. Pensamos que fue debido a que habían estercolado ese mismo día un campo de cultivo que rodeaba el Mercadona por un lateral y en el que picoteaban garcillas y gaviotas).


Martes, 8 de julio

Tras los baños y ya en la habitación, siento un picor en las piernas y ¡oh! ¡Sorpresa! ¡Una garrapata! ¡Y otra! ¡Y otra! Por lo menos diez andan ya enganchadas a mi piel. Pinzas en mano, nervioso, procedo a quitármelas. Son pequeñas; no llevan mucho tiempo. Logro sacarlas con éxito, todas menos una, que se parte y queda la cabeza incrustada. 
Al subir del desayuno, en la recepción, pido una aguja, alcohol y betadine para intentar sacar ese resto que ha quedado. Me hago una sangría pero logro dejar la herida limpia. En esto, me veo otras. Le digo a Tere que me mire bien por todos lados y aparecen más. En total, veintitantas. Con paciencia y ayuda, logramos, al parecer, quitarlas todas.
Miro bien a Tere. Depilada, solo una tiene en el tobillo y apenas está enganchada. Con facilidad se la quito.

Después de tan ardua tarea matutina, hacemos las mochilas y ponemos rumbo a los Collados del Asón, a hacer las rutas que se nos quedaron en el despiste del sábado. Parece que el tiempo será bueno, aunque el cielo se muestra algo nublado a estas horas.

9. Nacimiento del Asón

Un par de kilómetros antes de alcanzar el Collado del Asón, en una recta anterior a las enormes curvas que ascienden al puerto, hay un aparcamiento. Allí dejamos el coche. Desde aquí ya se ve la cascada donde nace el Asón al otro lado del valle, en unos tajos calizos rodeados de verdor. 
Bajamos por la carretera apenas doscientos metros, y a la izquierda sale un carrilillo. Por él cogemos.
 
El valle de un Asón recién nacido

Primero un túnel de avellanos

a los que se le van uniendo otros árboles y arbustos, principalmente espinos majoletos

Y por el camino, aprovechando la humedad de la mañana y de las lluvias del día anterior, una babosa grande, negra y lustrosa - Arion ater - o babosa española, como se la conoce en otros lugares de Europa ya que, originaria de la Península Ibérica, ha terminado desembarcando en buena parte del continente europeo, convirtiéndose en una auténtica plaga que arrasa huertos y cultivos.

Un recién nacido río Asón; su vejez y muerte la vimos ayer en la Bahía de Santoña

La primera de las muchas hayas majestuosas que nos vamos a encontrar en el camino

El carril, tras una casa de piedra con un prado, termina por convertirse en senda

Árboles espectaculares

y un verde lujurioso

nos acompañan en el camino

Siempre pienso que apenas somos nada ante estos seres enormes y longevos

y pienso y a veces siento que nos miran como los Ents del Señor de los Anillos

Ya bajo la cascada, el sendero termina casi por desaparecer entre unas rocas musgosas entre las que se despeña el río

Y ya a los pies de la cascada

70 metros de caída libre,

tan libre, que muchas gotas terminan en ti

Por cierto, sobre este lugar existe una leyenda relacionada con las anjanas, unas ninfas o hadas propias de la mitología popular cántabra.

Se cuenta que bajo la Cascada del Río Asón, o Cailagua, en una cueva, vivían dos anjanas, una con cabellos largos y dorados y la otra con su melena de color plateado. Ésta última, la anjana de melena de plata era muy traviesa, y tenía la costumbre de alterar la paz de los vecinos de la zona…Disfrutaba atando a los animales por su colas, tirando al río a los pastores mientras dormían la siesta, cosiendo brazos y perneras de los trajes de domingo de los mozos, cambiando el azúcar por sal en las cocinas, y muchas travesuras más…

Cansada de las quejas y protestas de los vecinos, la anjana de cabello dorado decidió dar un escarmiento a su hermana traviesilla. Así, una noche mientras dormía, recitando un sortilegio, la trasladó invisible hasta el naciente del río y allí la sumergió, confundida con la roca. Pero cómo era una noche sin Luna, no observó que la larga cabellera de plata quedaba flotando en el aire. El agua que antes se deslizaba plácidamente por el cantil, ahora mojaba sus cabellos peinándolos en una larga coleta.

Pasado el tiempo y creyéndola ya escarmentada, la anjana de cabellos dorados, quiso liberar a su hermana, pero…Había olvidado las palabras mágicas y necesarias para ello.

Y así, muy triste, marchó hasta el cercano lago de Brenovinto, bajo cuyas aguas, existe un maravilloso palacio que alberga una inmensa biblioteca, en los estantes se guardan antiguos códices perdidos, y libros aún no escritos. Aquí pasa todo su tiempo la anjana de cabello dorado, intentando encontrar la fórmula que le permita liberar a su hermana de la roca.

Mientras tanto el largo cabello de plata de su traviesa hermana se derrama desde lo alto de Cailagua, salpicando a todo aquel que llega al pie de la cascada en una travesura sin final…


La bajada la hacemos por otro senderillo

que al final se une con el que traíamos en la subida

Praderas bajo los cortados donde nace el Asón

Antirrhinum braun-blanquetti - Boca de dragón

Centaurea

Ya en el coche, subimos el par de kilómetros que nos quedan hasta el puerto y allí aparcamos. Cogemos mochila y comida y de nuevo al camino.

10. Castros de Horneo

Los Castros de Horneo o Laberintos del Asón es un pequeña sierra, situada a escasos tres kilómetros del puerto, muy erosionada por los procesos glaciares y por la posterior karstificación del terreno. Lo más característico del lugar son las canales abiertas entre inmensas paredes de roca, tan estrechas que a veces se pueden tocar con los brazos abiertos, y altas, muy altas, tanto que otro sobrenombre que llevan es el de Manhattan.

Desde el mirador del Collado del Asón

el inicio del valle muestra su aspecto más glaciar

Linum viscosum

Al fondo asoman los Castros de Horneo

con alguna cabaña de piedra con pradera incluida antes de llegar

Al otro lado del camino, los Campanarios

Abandonamos el camino principal y cogemos uno hacia otra cabaña, esta con su manada de vacas

La zona de los Horneos va quedando abajo

y los castros cada vez están más cerca

Son como castillos de piedra

que desde abajo parecían no tener tanta altura

Entre tanta piedra, un rebeco sale disparado

Un mogote redondeado por la erosión glaciar. Las grietas son producto de la posterior erosión del agua sobre la roca caliza

Dianthus hyssopifolius - Clavellina

Potentilla nivalis

Este no sé lo que parece: ¿una pagoda? ¿una yurta? ¿un pionono?

En algunas zonas, entre el roquedo, crecen pequeños bosques de hayas

Una canal que se estrecha conforme se acerca al cielo

Esta zona es un auténtico laberinto

Aunque hay huella de sendero

no me la quiero imaginar con niebla

¿o sí? El GPS aquí no sirve de nada: anda como loco

Salimos a unas inclinadas praderas

por las que nos volvemos

a los pies de estas enormes moles calizas

lo que nos permite tener vistas nuevas de lo recorrido anteriormente

En esta zona, hay senderillos por todos lados. Cada cual baja por donde mejor le parece.

Linaria...

No dejamos de mirar atrás

mientras las cabañas de Horneo cada vez están más cerca

Euphrasia officinalis - Eufrasia

Ophrys apifera - Abejera

Al llegar al coche, me miro las piernas y me veo otras dos garrapatas. No sé si son nuevas o del lote de por la mañana. ¿Vamos a urgencias? Ya son muchas. Miramos dónde podemos ir a un médico de guardia. Está en Torrelavega, a escasos diez minutos del Balneario. 
Allí nos encaminamos. Por suerte no hay nadie y nos atienden al momento. Le cuento la situación y una enfermera me tiende en la camilla y con un foco potente y el material oportuno se dispone a quitarme las dichosas garrapatas. Le indico donde las tengo pero ella, simpática, sigue metódica a su ritmo: primero una pierna... aquí hay una, y otra, y otra... pierdo la cuenta; después otra pierna, y otra más... y más... y así por todo el cuerpo. Son pequeñísimas.
Una hora estuvo. Entre las de la mañana y estas de la tarde, más de cincuenta. Suponemos que fue en aquel camino de hierba verde y mullida en el bosque de secuoyas. Pisaría un nido o qué sé yo. Lo que sé es que me llevé, al menos, la mitad de las garrapatas de Cantabria. Por suerte, todo ha quedado en unas pequeñas ronchas que han tardado casi un mes en desaparecer.
A la cena llegamos con la hora justa.

Miércoles, 9 de julio


11. Fuente Dé - Majada Remoña

La rutina ha cambiado un poco: baños, revisión en busca de garrapatas, desayuno, arreglo de mochilas y al camino.
Tiempo despejado. Aprovechamos para ir al Desfiladero de la Hermida y hacer una circular por la senda de las Agüeras. Y hacía allí partimos.
Todo va bien hasta llegar al inicio del desfiladero. La carretera está en obras. Un carril está cortado y van dando paso de forma alternativa. Y así en un tramo, y en otro, y en otro más... El camino se está haciendo más largo de la cuenta.
Cuando llegamos al lugar en el que debemos aparcar, está ocupado por la obra: maquinaria, materiales, obreros... Imposible. Seguimos hacia adelante pero nada, ni un hueco donde dejar el coche. Momentos de incertidumbre. ¿Qué hacer? El tiempo avanza y el coche también. Llegamos a Potes. ¿Nos acercamos hasta Fuente Dé,  a ver si hay sitio en el teleférico y subimos? Dicho y hecho.
Llegamos a Fuente Dé. Son cerca ya de las doce. Tardísimo. Mientras termino de preparar las mochilas, Tere mira si hay billetes para subir. No hay hasta las dos y media. Lo que empieza mal puede acabar peor.
Pues nada, al mal tiempo -no el meteorológico ya que el cielo resplandecía azul- buena cara. Nos colgamos las mochilas y nos ponemos en andas hacia la Canal de Pedavejo. El tiempo dirá hasta dónde llegaremos. Y el tiempo y la prudencia nos llevó hasta la Majada Remoña, a los pies de la canal y ya en Castilla-León.

Peña Remoña asoma tras el hayedo

Las praderas de Fuente Dé y los altos paredones calizos que remonta el teleférico.

Una cabaña de piedra con el macizo de Peña Vieja asomando por detrás

Salimos del hayedo-robledal y las vistas se van abriendo a la Peña Regaliz

y a la Canal de Pedavejo


Aglais urticae sobre cardo azul

Con la Canal de Pedavejo al fondo, abandonamos el carril para coger en senderillo que sube hacia la Majada Remoña

Bajo unos majoletos montamos el restaurante

con vistas a la canal y al chorreíllo de personas que iban bajando por ella

Eriophorum latifolium - Hierba algodonera, en una zona encharcada bajo una fuente 

Vistas hacia la Canal de Pedavejo desde la cabaña de la Majada Remoña

Aquí decidimos volvernos
y volver a tomar el mismo camino con cierto temor a los atascos que se podrían producir por la tarde en el Desfiladero cuando buena parte de las personas que estaban en La Liébana quisieran salir. 

Vistas hacia los Montes de Valjierro y el Coriscao. Cerca de ellos están los Puertos de Salvorón por donde se ha quedado uno de los frentes de los desastrosos incendios de este verano.

Joracao y Pico de Valdecoro sobre Espinamá

Vistas hacia La Liébana

La Canal de la Jenduda, con Peña Vieja detrás

Una panorámica desde Fuente Dé

En el coche estábamos a las cinco y media. Decidimos volvernos pronto. Cruzamos Potes sin problemas y llegamos a La Hermida pensando en las caravanas, pero nada, la pasamos rápido y salimos por Unquera y de allí a Torrelavega y a las Caldas. 
Por primera vez, llegábamos temprano, así que aprovechamos la placidez de la tarde y, tras la ducha, nos fuimos a tomar una cerveza al bar que había en los jardines del Balneario, rodeados de árboles y con el ruido de fondo del Besaya.

Jueves, 10 de julio

Recuerdo la expresión "nueva normalidad", aquellos palabros que se aplicaban a todos los cambios -algunos absurdos- que nos había traído la epidemia del covid. Hoy, nuestra nueva normalidad es, aparte de los baños -a los que vamos cada día cogiendo más gusto-, dedicar un tiempo, mañana y noche a una revisión exhaustiva, frontal en mano, en busca de ixodoideos, arañuelos, reznos... garrapatas. Por suerte, ausencia.

Después de las peripecias conductoras del día anterior, y visto el tiempo -hasta el domingo, hoy es el último que dan soleado- decidimos hacer la ruta que teníamos prevista para ayer pero al revés, saliendo de Cicera para llegar al fondo del Desfiladero de la Hermida, yéndonos por el interior, por Carmona y Puentenansa: peores carreteras pero más tranquilas, recorriendo paisajes sugerentes de la Cantabria interior.
Llegados a Cicera, en las afueras del pueblo, han habilitado un aparcamiento de pago -barato, pero no recuerdo cuánto- en el que se puede dejar el coche todo el tiempo que quieras. Desde allí, mochila al hombro, iniciamos el camino.

12. Mirador de Sta. Catalina - Senda Mitológica - Senda de las Agüeras

Del aparcamiento, un camino sube decididamente el monte Hozarco, entre robles y hayas, hasta el mirador. Forma parte de lo que han denominado "Senda Mitológica", un sendero lleno de figuras de los personajes de la mitología tradicional cántabra, con su correspondiente cartel explicativo, en la línea de la actual moda de llenar el medio natural con muñequitos y otras zarandajas para atraer a grandes y pequeños a las zonas rurales. Lo puedo entender pero no lo comparto. La naturaleza tiene por sí sola atractivos -flora, fauna, rocas, paisajes, historias...- y no necesita adornos; necesita atención, dinero, inversión, conocimiento, respeto... para evitar su deterioro, la masificación, los incendios, el abandono, su desaparición.

Valle de Peñarrubia desde el aparcamiento

La subida por la Senda Mitológica

En la parte alta del monte Hozarco predominan los robles

Vistas hacia el norte del Desfiladero de la Hermida desde el mirador de Sta. Catalina

Y desde el mismo lugar, vistas al sur, con Tresviso allá en lo alto

Cogemos hacia abajo por otro tramo de la senda en el que las hayas van sustituyendo a los robles.

Abandonamos los muñecos y nos adentramos

en un bosque espeso 

con castaños centenarios

y muchos acebos -Ilex aquifolium-

y el suelo cubierto de multitud de helechos, como este Blechnum spicant -felecha-

Los árboles son imponentes y el camino va todo el rato a la sombra

Las hiedras buscan la luz en las alturas

El sendero se va acercando cada vez más al pueblo de Navedo y al barranco

hasta que llega al agua

que se despeña formando bellas cascadas

y pozas tipo marmita de gigante

Salimos del bosque en la parte más estrecha del Barranco de las Agüeras

donde el camino está tallado en la piedra

Petrocoptis pyrenaica, una especie característica de los paredones calizos

Ya cerca de la carretera del Desfiladero de la Hermida -se escuchan los coches- un puente de madera nos permite cruzar el barranco al otro lado. Y aquí nos damos la vuelta

para afrontar la subida con calma

aunque la parte soleada es poca

y el viejo castañar pronto nos ampara con su sombra

y nos deleita

con su frescor

y sus impresionantes ejemplares

En medio del bosque encontramos varias construcciones de piedra que, según un panel informativo, se denominan "carriles".

El carril es un círculo hecho con un muro de piedra de apenas metro y medio de altura y con unos 3 metros de diámetro. No tiene cubierta y estaba destinado a proteger las castañas de la depredación animal. Conforme se iban recogiendo las castañas a mediados del otoño, se iban depositando en estas construcciones y de allí se sacaban según se iban necesitando, manteniendo al mismo tiempo su calidad hasta finales de año.

Con tanto donde mirar y tanta sombra, la subida se hace ligera y eso que el desnivel es considerable

A estos viejos castaños se les llama "podones", pues se podaban a tres o cuatro metros para que rebrotaran y echaran más castañas.

Se ha nublado

y con ello los verdes se hacen más intensos

Ya llegados a la senda mitológica

cogemos por otro camino

que va rodeando el Monte Hozarco

hasta llevarnos por su parte más umbría

a las proximidades del aparcamiento

Allí, en un barecillo donde está el control, nos tomamos un refresco antes de afrontar la importante bajada y subida a las cascadas.
Se parte desde el mismo sitio, así que guardamos las mochilas grandes en el coche y con una pequeña con agua, nos disponemos a descender casi 250 m que después habrá que subir. ¿Merecerá la pena?

13. Cascadas de Cicera

Siguiendo las indicaciones del hombre que atiende el bar y el aparcamiento, cogemos el sendero señalizado como "Cascadas de Cicera"  
que en sus primeros tramos medio llanea y atraviesa un espeso bosque de robles melojos.

Las cuatro cascadas se visitan de dos en dos: primero las dos de la derecha, las que están más abajo, para después volver a subir a la bifurcación y coger hacia la izquierda y hacia abajo. Y en cada una de ellas, hay que bajar y subir ya que es casi imposible hacerlo pegado al río. Es fácil seguir el camino, pues hay indicadores en cada cruce -mientras duren-.

A partir de la bifurcación, el desnivel es importante

aunque el camino está bien trazado y los escalones ayudan

La piedra de este lugar es una arenisca roja muy llamativa, que en algunos sitios forma repisas como esta

Cascada de Pozu Llanu

Volvemos a subir y a bajar pegados a estas paredes

para llegar a la cascada del Saltu l'Agua

Desde aquí subida a la primera bifurcación y después a la izquierda

para llegar a la Cascada de los Molinos

y otra subida y bajada -esta más pequeña-

y llegamos a la umbría Cascada de la Pisa

Ya solo queda volver hacia arriba y llegar al coche.
¿Mereció la pena? Las fotos lo dicen todo.

Por el camino, le hacemos una fotillo a la románica

Iglesia de Sta. Juliana, en Lafuente


Viernes, 11 de julio

Tras baños, revisión y desayuno, nos tomamos la salida con más calma. 
Aprovechando que ponen lluvia para la tarde, reservamos la visita a la Neocueva de Altamira para las siete y ahora, sin alejarnos mucho, nos vamos a hacer una ruta de mañana por Somahoz, una pedanía de los Corrales de Buelna, a escasos cinco kilómetros en coche.
La comida hoy la haremos en el Balneario.

14. Canal de las Tejeras en Somahoz

En diez minutos tenemos el coche aparcado el coche bajo unos nogales justo al cruzar el río Besaya, entre Somahoz y San Andrés.
Un hombre mayor pasa y nos indica, haciendo uso del refranero, que aparcar debajo de los nogales no es la mejor idea: "A la sombra del nogal no te pares a descansar". Algo le comento, no me acuerdo qué, pero para mí pienso: "En Faraján, bajo un enorme nogal - ya desaparecido- junto al río, en la Vega Grande, descansábamos en los tórridas tarde de verano; allí comíamos y echábamos la siesta, quien podía. Recuerdo su sombra fresca y aquellos días de baño en el río y moras en Balastar." 
No creo que al coche, y a nosotros a la vuelta, nos venga mal estar a la sombra.

Atravesamos las casas del barrio de San Andrés, y ya por camino de tierra, llegamos hasta una bifurcación donde hay un letrero que te indica el camino a seguir.

Esta es la bifurcación, y el camino, el de la derecha

Al momento, vadeamos el río por primera vez

Se ve que fue camino antiguo pues en algunas zonas aún se ve el empedrado

La Canal de las Tejeras o río Redondo, como también se llama, lleva poca agua

lo que ayuda a cruzarlo

A falta de mucha agua, mucho verde

un verde que tapiza rocas, árboles

y cascadas

Bajo un bosque de galería formado principalmente por avellanos, acebos y laureles, los helechos campan a sus anchas

el musgo lo cubre todo

mientras robles y hayas, en las alturas, ayudan a filtrar la luz

que queda atrapada en su reflejo

Las pequeñas cascadas se suceden: en rincones a los que hay que bajar

o en los bordes del camino

Nos despedimos del río

cuando el camino decididamente asciende por el monte Brazo

entre viejas hayas y robles centenarios

hasta llegar a los Campos de la Cruz, un collado con vistas al valle de Igüeña.

Desde aquí se puede bajar por un sendero hacia ese valle y visitar la ermita prerrománica de San Román de Moroso. Son 1,5 km y merece la pena.

Nosotros no lo hicimos, sino que bajamos por un carril

entre prados, con vistas a los Corrales de Buelna

Consejo: Volver por el mismo camino y disfrutar dos veces de la fragosidad y el frescor de la Canal de las Tejeras. Por el carril, polvo, sol y algún que otro coche que circula más rápido de la cuenta.

Parada en Los Corrales de Buelna para hacer acopio de quesadas, sobaos y algún que otro queso cántabro y a las dos, hoy, comida en el Balneario.

15. Vía Verde: Caldas de Besaya - Riocorvo - Cartes

Por la tarde, después de comer, como nos quedaba tiempo hasta la hora en la que teníamos la reserva para Altamira, nos fuimos a caminar por la vía verde que recorre las orillas del Besaya y que en 17 km te lleva hasta el pueblo costero de Suances. Nosotros no hicimos tanto, solo desde Las Caldas a Cartes, ida y vuelta, unos siete kilómetros aproximadamente, un paseo para bajar la comida y recorrer dos de los pueblos mejor conservados por los que pasaba el antiguo Camino Real que unía Santander con la Meseta.

En las paredes de las zonas umbrías el helecho lengua de ciervo

y en las zonas más soleadas, junto al río, la flor de las mariposas -Buddleja davidii-

Calle Real en Riocorvo, con la Capilla de San José en primer término

Riocorvo es poco más que la peatonal calle Real. Eso sí, toda la calle está flanqueada de casonas tradicionales, con o sin escudos nobiliarios, con multitud de flores a uno y otro lado.

y con unas macetas pintadas que llaman la atención 

Paseando por las calles de Riocorvo

Entre uno y otro pueblo, el Besaya es el protagonista, con garza imperial incluida que no se dejó hacer una foto pasable

En Cartes, vistas del Torreón con la calle -Camino Real- que recorre el centro histórico

Unas hortensias distintas

Dipsacus follonum - Cardencha


16. Neocueva de Altamira - Santillana del Mar

La cueva de Altamira fue descubierta en 1868 por Modesto Cubillas y, como tantas otras veces, de manera fortuita, buscando a su perro. 
Años más tarde, acompañaría a Marcelino Sanz de Sautuola, aristócrata aficionado a las ciencias, a la cueva donde descubriría algunas pinturas, pero no fue hasta 1879 cuando, acompañado de su hija María, esta descubre los famosos bisontes de la Sala de Polícromos. 
En principio se creyó que eran falsificaciones, pinturas recientes por lo vivo de sus colores, y no sería hasta principios del s.XX cuando se verificó su autenticidad y se señaló su antigüedad, datada con posterioridad en unos 14.500 años, en pleno Paleolítico.
Como curiosidad decir que María, la descubridora de los bisontes, fue una de las abuelas de Emilio Botín, el conocido banquero presidente del Banco de Santander.
Hoy en día, la cueva original no se puede visitar -mejor dicho, solo se permite la visita de cinco personas a la semana y la lista de espera es larga y está cerrada en la actualidad-, pero está la réplica, la Neocueva, que por comentarios que escuchamos de un par de personas mayores que habían tenido la suerte, cuando eran jóvenes, de visitar la original, era exactamente igual pero más cómoda de ver y con mejor iluminación. En definitiva, que se veían mucho mejor los detalles y se podía disfrutar de ella con más tranquilidad.
A pesar de ello, siempre te queda el pensar que lo que ves no es otra cosa que una copia, aunque una copia mejor que la original. (Esto lo piensas antes y después; mientras la estás viendo, ni te acuerdas).

Los bisontes

son los animales que más destacan

en la Sala de Polícromos

como este que sirvió de modelo para unas antiguas cajetillas de tabaco 

Pero hay más figuras reseñables

como esta cierva

o un caballo

En una galería de difícil acceso, al fondo de la cueva original, aparecieron estos grabados; hoy se pueden ver con facilidad y con todo detalle en la réplica.

Aunque no ponga fotos, la visita al museo anexo a la neocueva bien merece una visita pausada. En nuestro paseo por las distintas salas, nos dimos cuenta de que una imagen que había del pez de la Cueva de la Pileta estaba al revés. Tere se lo comentó a una de las guías que allí había y se quedó un poco extrañada y dijo que lo hablaría con los encargados. No sé en qué habrá quedado la cosa.

Al salir, el cielo estaba oscuro, y el viento húmedo presagiaba lluvia. Cogimos el coche, pasamos por Santillana del Mar sin pararnos -ya la conocíamos y había muchísima gente por las calles- y nos fuimos hasta la Playa de Sta. Justa, con su ermita incrustada en la roca.
En esta ermita se guardan reliquias de Santa Justa y Santa Rufina, las patronas ¿o serán matronas? de Sevilla -la estación del AVE lleva el nombre de la primera-, y a ellas está dedicada esta construcción que milagrosamente aguanta los embates del Cantábrico. Sobre la pequeña iglesia, la Torre de San Telmo, patrón de marineros y pescadores.


Duramos poco; empezó a llover y truenos y relámpagos a lo lejos -¿fuegos de San Telmo?- anunciaban la tormenta.

Y llovió, durante casi toda la noche, pero al día siguiente... Bueno, esa es otra historia y otro día, el último completo en Cantabria.


Sábado, 12 de julio

Amanece. Algunas nubes pintan de blanco el azul celeste. El agua ya no cae, fría, del cielo, sino que espera, caliente, en el húmedo mármol de las bañeras.

17. Ruente: Monte Aá, la ruta de los árboles singulares

Ruente lo tenemos cerca, a escasa media hora en coche, así que tras la agradable rutina diaria y el corto paseo motorizado por el interior de Cantabria, cruzando pequeños pueblos, praderías y montañas de cabeza redondeada y torso arbolado, nos encontramos a la diez junto a la Fuentona, una surgencia que recauda aguas del Valle de Cabuérniga y que tiene la particularidad de que, sin motivo aparente y en cualquier época del año, deja de manar completamente durante minutos u horas, para volver de pronto a discurrir sus aguas con la misma fuerza que antes de cortarse. La última "seca" ocurrió el 1 de noviembre de 2011 y duró aproximadamente dos horas y media.
No existe aún una explicación convincente a este fenómeno y ya se sabe, donde hay misterio no falta la leyenda, que en este caso, nos habla de otra anjana -el hada buena de la mitología cántabra- que habita este manantial, como recoge en su relato "La Onjana y el Sevillanu" el escritor local Juan Sierra Pando:

“Rumiandu el dichu de la onjana llegó el sevillanu a Ruenti, y allegandu a Ruenti, jue y se acordó de que siendu el entuvia mozueu, oyó conta que cuando la Juentona se seca, que lo jaz una u dos veces al añu, sin causa conocía de alma mortal, pa golver a manar pasau un ratucu con la mesma juerza que endeantes, salen de la cuevona unos comu sonius de moneas, y es que lus templarius están contandu los sus caudalis . Filandu estu con el dichu de la onjana, dio en cavilar que allí debía haber tesoru, y cavilandu que allí había tesoru, dió en ise tos los días a la Juentona y allí s’estaba las horas muertas dendi que Dios amanecía hasta bien entra la nochi, aguardando la seca, que naide sabe cuandu va a venir, pa entrar en la cueva y salir de una vez de probe si tenía la suerte de dar con el tesoro”.

La Fuentona de Ruente

Después de visitar este apacible rincón del pueblo, nos podemos en marcha rumbo al monte Aá, cruzando el río Saja y cogiendo un carril que nos va internando en el verde, entre las praderías donde pastan las vacas y el bosque donde mi vista pace.

El Arroyo del Monte Aá al borde del camino

con florecillas, senecios

y lampazos -Arctium minus, una planta de la que en la cocina japonesa se consume sus raíces hervidas con sal

El camino en un principio va bastante llano y pegado al arroyo

para poco a poco ir remontando la ladera y alejándose del agua

Van apareciendo algunos ejemplares de cajigas (roble albar) de gran porte entre otras especies arbóreas: alisos, majuelos, acebos, hayas, melojos...

que junto a las hiedras y helechos

le dan al bosque ese aspecto de selva sin animales -no se oye el trino de los pájaros ni aletean mariposas en el borde del camino- tan solo un rayo negro que huye alocado ladera abajo y un senderista que pregunta ¿habéis visto pasar un perro?

Por un hueco entre los árboles vemos el azul del cielo que no es -y que me perdonen los norteños- el azul del sur

En un determinado momento -todo está muy bien indicado- abandonamos el carril para internarnos por una senda que nos lleva a esos árboles singulares que ponen nombre a la ruta, una serie de cajigas centenarias que aguantan -estoicas y heridas- el paso de los años y los hombres.
Una de ellas, "El Cubilón", desapareció en los años 90 víctima de la edad y de un rayo que la terminó de matar. Con 15 metros de perímetro y 28 metros de altura y hueco por dentro, era capaz de albergar en su interior a dos vacas tudancas. Hoy, en su lugar, han puesto una insulsa escultura de hierro -opinión personal- a imitación de un tronco, en la que al menos, en su interior, podían haber sembrado un roble que, con los años -muchos años- pudiera, si no sustituir, alegrar con su sombra el lugar. 

Cogiendo la senda entre robles

y hayas

algunas también con un porte majestuoso

"El Mellizo"

"El Arriaga"

un haya candelabro

"El Belén"

como si de un templo asiático se tratase, antiguas construcciones comidas por la vegetación

En el descenso, el sendero circula paralelo

a lo que parece un antiguo camino abandonado ¿por qué no lo han trazado por este y lo han recuperado?

En un determinado momento, la vereda sale a otro carril que baja y se une al que habíamos cogido en la subida.

De aquí, a Ruente, al bar a por unas cervecillas y unas patatas fritas, y al parquecillo que rodea la Fuentona, donde en unas mesas bajo la sombra de los árboles, damos cuenta de todo lo que llevábamos en la mochila y más. Por cierto, podíamos haber dejado peso en el coche y ahorrarnos subirlo monte arriba. Es que...
Después de comer, y aprovechando que Barcenillas se encuentra a dos kilómetros de Ruente, nos vamos a ver unas cascadas que no llevaba en mente y que mi hermana me comentó hace un par de días que eran bonitas y con un camino fácil de hacer. Busco información y el track, cogemos el coche y p'allá tiramos.

18. Cascadas de Lamiña desde Barcenillas

Barcenillas es un pequeño pueblo de la zona del valle de Cabuérniga que merece por sí solo una visita, aunque para nosotros en principio solo sea el inicio de nuestro caminar a las Cascadas de Lamiña, o de Úrsula, como también se las conoce. 
La ruta se puede hacer lineal o circular, pasando por la localidad de Lamiña. Elegimos esta segunda opción y con una mochilita ligera, emprendimos el camino, un carril junto al río, completamente seco. Malos principios para ver unas cascadas.
Después de unos cientos de metros, abandonamos el carril para seguir 

por el antiguo camino de los Foramontanos

gentes que en los primeros siglos de la Reconquista, se trasladaron desde las montañas cantábricas a las tierras de la Meseta Norte.

Quizás no sea tan viejo para haber visto pasar a los foramontanos pero seguramente sí a otras muchas personas a lo largo de su vida centenaria.

¡Una foramontana del sur!

Linaria triornithophora - Pajarillos

La iglesia de Lamiña

y una casa con sus macizos de hortensias en plena floración

Desde Lamiña, pasando por la Fuente de Arriba, cogemos el camino hacia las cascadas, dejando el de los foramontanos, que sigue por otros derroteros

Árboles y praderas

en el discurrir casi llano de este camino

Un enorme arce que merece una parada y un rato de atención

Ya en descenso, el carril se une a otro cerca del río Barcenillas que aquí cascabelea con alegría ¡lleva agua!

En un momento dado, después de cruzar el río por un puente y subir un trecho, nos encontraremos un indicador "Cascadas de Úrsula" y unos paneles explicativos sobre la flora y fauna del lugar.

Y aquí abandonamos el carril para coger un sendero

entre el fragor verde de un bosque de ribera

donde avellanos y alisos crean un umbrío túnel de vegetación

y por donde el agua circula

y empieza a caer

y a caer de más arriba

en bonitos rincones

donde bañarse es posible pero no obligatorio

¡el agua está helada!

El sendero prosigue entre robles

para terminar volviendo al camino principal y de aquí a Barcenillas siguiendo el cauce del río que, en un determinado momento, deja de cantar.

Y por el bosque y el camino, flores, muchas flores:

Melampyrum pratense

Epilobium hirsutum - Adelfilla pilosa

Calystegia sepium - Correhuela mayor

Malva moschata

Campanula glomerata

y alguna avellana todavía verde -bueno, blanca-

Y ya en Barcenillas...

un paseo por sus calles donde las flores,

y en especial las hortensias, son las reinas

Hoy, sin que sirva de precedente -no nos quedan más noches- nos saltamos la cena, previo aviso, y nos vamos a tapear y a disfrutar del frescor -frío- de los jardines del Balneario.

Domingo, 13 de julio

¡Último baño! No hay tiempo para revisiones. Desayuno, entrega de llaves, cargamos el coche y rumbo a Málaga. Son las nueve y llueve. El día empieza con buena rima o ripio, que ambas cosas forman parte de la vida.

Llegando a Reinosa, el cielo se va abriendo y el verde es menos verde. Pasado Aguilar de Campoo, el sol resplandece y los campos de Castilla van luciendo el dorado de mediados de julio. ¡Qué cambio en tan poco tiempo y distancia! Yo lo llamo la depresión del verde.
Parada para gasoil. Descanso. Parada para comer. Descanso. Parada para descanso. Siesta. Fuengirola asoma. Siempre es grato volver a casa. Nuestra cama.

Amanece. ¡No puede ser! Tres garrapatas adornan mi cuerpo. Estas han venido de polizones en el coche.
El ritual de alcohol, pinzas, desinfección... y por si queda alguna, bote y medio de insecticida en el coche y lavado en profundidad.
Si sirvieran para algo ponía un negocio de garrapatas y me hacía rico.

Postdata: A pesar del tono humorístico que he querido darle al asunto de las garrapatas, no hay que olvidar que su picadura no es para tomársela a broma. Pasé unos días intranquilos por si aparecía fiebre, dolores articulares, hinchazón... Pueden transmitir enfermedades muy graves que dejan secuelas o incluso provocar la muerte, como la Enfermedad de Lymes o la fiebre de Crimea-Congo.
Por suerte, las picaduras quedaron en unas pequeñas ronchas y en un afeitado de piernas, pero no siempre es así. 
Si te pica alguna ir al médico no es ninguna tontería.

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