Este árbol, emblema de la flora andaluza, es el único abeto
autóctono de sur de España. Endémico de las sierras de Grazalema, en Cádiz, y
de las malagueñas Sierra de las Nieves y Sierra Bermeja, ocupa también pequeñas
manchas en las Sierras Blanca y Canucha y en la Sierra Cabrilla, siempre en las
laderas norte de estas montañas, buscando el frescor y la humedad que tanta
falta le hacen para sobrevivir al tórrido verano andaluz.
Descubierto para la ciencia por el botánico suizo Boissier a
finales del s.XIX, esquilmados sus bosques por leñadores, militares, cabras e
incendios, sobrevivió a duras penas hasta las postrimerías del s.XX, cuando se
le protegió.
Desde ese momento, el pinsapo se encuentra en franca expansión,
y a pesar del cambio climático y de la muerte de viejos ejemplares, en muchos
lugares de la sierra vamos notando que el pinsapar va ocupando cada vez más
terreno y que los árboles jóvenes pujan por alcanzar el azul del cielo.
Hoy día disfruto de sentarme en el mirador de los Coloraíllos y contemplar esos añosos pinsapos torturados por el tiempo pero aún verdes y llenos de vida y de conos -pichas de fraile-, y los jóvenes, empujando hacia arriba, que algún día serán viejos y recuerdo el pinsapo cortado que por Navidad, siendo pequeño, adornaba mi casa. Y reniego.
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