No es su espectacular floración, cubriendo la planta entera, ni las lacerantes heridas que más de una vez dejaron sus punzantes y recias espinas sobre mi cuerpo lo que esta planta remueve en mi mente.
Es su olor dulzón, embriagador, inundando el aire calmado, sinuoso de la carretera que bajaba - y sigue bajando- a la Estación de Gaucín, verde valle moteado de amarillo, donde los fresnos ya adornan sus ramas con las hojas nuevas. Abro las ventanas y huelo, inhalo los recuerdos y cierro los ojos, evoco.
Esta planta de hoja caduca -pierde sus pequeñas hojas en verano-, tiene sus tallos y frutos cubiertos de pequeños pelos -villosa-. Es propia del sur de la Península y el norte de Marruecos y ha sido utilizada tradicionalmente como barrera para impedir que los animales se acerquen a las colmenas o como rústico vallado de separación.
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