La vemos por todos lados: en los parques, en jardines públicos y privados, en los alcorques de las calles, en las medianas de las autovías... ¡Cualquiera diría que no son estos sus hábitats naturales!
Pero no. La adelfa, planta de ríos, de barrancos con agua y sin ella, de todos aquellos lugares en los que el líquido elemento circule, aunque sea debajo de tierra. Planta que gusta estar con los pies húmedos pero que puede aguantar estoica la más pertinaz sequía. Y florecer, florecer profusamente de tal forma que es capaz de cubrir de rosa el verde perenne de sus hojas.
Pero no todo en este arbusto, casi árbol, es de color de rosa: originaria del Mediterráneo y Oriente Próximo, es una de las plantas más venenosas que se conoce. Su consumo puede acarrear la muerte de personas y animales, por lo que las cabras ¡listas ellas! la rehúyen y no les pasa como a esos soldados -cuenta la historia- del ejército napoleónico que murieron al asar y consumir unos animales cazados que, sin conocer sus efectos, clavaron en estacas de adelfa.
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